"DE VUELTA AL MAR"
Antonio Alcazar
AQUEL MAR DE COLORES GRANDE Y SOLO
Carmen Pallarés
Siempre me ha parecido que el entendimiento geométrico es excelente balsa para imaginaciones fluidas, y la colección que ahora nos muestra Antonio Alcázar no puede ser más ilustrativa de la paradoja que acabo de botar.
Con la imaginación, concebimos formas subjetivas, volvemos a formar lo que advertimos y reconocemos; experimentamos maneras personales de asumir las imágenes externas y las configuramos; damos a luz, es decir, entendemos, el origen y el transcurso de nuestras percepciones y las hacemos visibles para los demás. Y siempre que tengamos incorporada la geometría como algo móvil, vivo, operativo, no nos afectará la rigidez, el intelectualismo, ni la sequedad. Sencillamente, habremos llegado a reconocerla como principio esencial de la estructura de lo orgánico, de lo vital, y podremos sentirla y crearla expresivamente, es decir, artísticamente: en términos de área, en términos de progresión, en términos de generación. Fluidamente. Tal es el más antiguo modo de entendimiento y uso de La Geometría, el que confiere desarrollo, vitalidad.
En “De vuelta al mar” –al mar de La Isla del Tesoro, que acompañó fidelísimamente la infancia de Antonio Alcázar - el pulso imaginativo y técnico de Alcázar no ha alterado su frecuencia, ni su firmeza ha decaído. Sigue siendo dueño de una pauta segura, de una medida clara, de una rítmica seguridad para interpretar la partitura de sus emociones, y cuando ha decidido qué quiere ver él mismo y qué quiere ofrecer a nuestra vista va dando entrada y dejando brillar a cada obra como si de una afinada polifonía se tratara.
Así, ahora, aparece... ¡Aquel mar de colores grande y solo, / tan lleno de bellezas y peligros! del cual nos habló y nos habla Juan Ramón Jiménez en su poema Mar ideal. Estoy segura de que Antonio Alcázar va a leer estos versos por primera vez aquí, y también de que experimentará una viva emoción al encontrarse con ellos en este texto que tiene por asunto un comentario a su nueva colección. Me lo dirá, y tratará de transmitirme su alegría por tal descubrimiento. Será una alegría más de las que compartimos, con el arte como protagonista. Y cómo no –hay coincidencias que no son azares- si se da la circunstancia de que yo misma ilustré, por decirlo así, dichos versos, en una colección propia que exhibí hace ahora diez años, en “Dionís Bennassar”, colección que Antonio Alcázar no pudo contemplar y de la que nunca hemos hablado.
Igual que Antonio, tuve que inventarme un procedimiento para hacer visible lo que tan solo mi vista interna, mi imaginación, veía. Porque no se trataba de reflejar el mar, de pintarlo: sino de ...otra cosa. Y como ahora en este “De vuelta al mar”, de Alcázar, no hay en los cuadros más referencia que el encuadre de la sugerencia de movimiento en nuestra sensación ante lo fluido, ante lo líquido esencial. Alcázar apoya tal sensación en estas obras mediante el refuerzo de calibrados rescates de superficies planas y monocromas. Sabia decisión que opera con eficacia, elegante diálogo del que él mismo ha escrito: La presencia de extensiones de un mar luminoso, de registros de transparencias o de cargada materia cristalizada y frente a estas texturas, planos y tonos, masas geométricas rotundas, oscuras, que con su severidad hacen vibrar a aquellas.
Fue en Madrid, en “Albatros”, donde contemplé por primera vez cuadros de Antonio Alcázar, hace ahora doce años. Recuerdo que desde la propia galería llamé al periódico para saber si, al filo de cerrar el monográfico, quedaba algún espacio que yo pudiera ocupar para hablar de esa exposición. Quedaba, sí. Escribí entonces para ABC CULTURAL, rápidamente, quince líneas llenas de afirmaciones entusiastas, y siempre, desde entonces, vuelvo a alegrarme de cada una de aquellas líneas, cuando acudo a la cita con sus obras.