‘LA VIDA EXTRAÑA.
CORONAS, CÍRCULOS Y DIAGRAMAS’
Artista:
Fernando Sinaga
Con la exposición La vida extraña. Coronas, círculos y diagramas, la galería Adora Calvo presenta un conjunto de obras de Fernando Sinaga (Zaragoza, 1951) nunca expuestas hasta la fecha. Estas piezas, como fogonazos últimos en una extensa y compacta trayectoria, dan continuidad a algunos de los problemas que han venido articulando su producción durante las últimas tres décadas y, al mismo tiempo, presentan interesantes “oscilaciones” —variaciones e impurezas, aceleraciones o encabalgamientos—.
Gran parte del trabajo de Sinaga podría leerse como una “perversión” —extensión, torsión, declinación— de conceptos relacionados con la tradición escultórica. No olvidemos que su emergencia como creador, a contracorriente de la calidez pictórica del contexto español de los ochenta, coincide con el trabajo callado de una generación de escultores que, problematizando algunas de las aportaciones del minimal —también de la tradición vanguardista europea y de los nuevos comportamientos de los setenta—, emergieron con fuerza en los últimos años de aquella década entusiasta. Sin embargo, el trabajo de Sinaga trasciende con mucho lo meramente escultórico —si de tal cosa podemos seguir hablando a estas alturas—. Estamos, pues, ante una escultura inespecífica que se vuelca —se retira, más bien— sobre el muro para colonizar el ámbito discursivo de la pintura —Bal+Samo, 2001; Rhizome, 2012— o que invade la sala para irrumpir en el espacio administrado de la galería con el fin de transformar la experiencia del espectador. Desde esta perspectiva, podemos encontrar en Sinaga un intento mantenido en el tiempo de actualizar ciertas estrategias que la modernidad —especialmente, la europea— con el fin de desencadenar un proceso de extrañamiento. Dicho proceso de desfamiliarización no sólo se refiere a nuestra cotidianidad, sino también a la experiencia artística acumulada, la experiencia desde la que el espectador se enfrenta a los retos estéticos e intelectuales que el artista va a plantear desde una profunda consciencia histórica. Los dispositivos que Sinaga sitúa en el espacio, provistos a menudo de un innegable carácter hermético, fuerzan un distanciamiento que, necesariamente, debe conducir a un proceso de reflexión. La inestabilidad esencial de Rhizome, por ejemplo, motiva una especie de proyección del espectador —y de su lugar en la sala— sobre el muro. Prescindiendo de los mecanismos habituales, la pieza consigue generar una apertura tridimensional del muro blanco, convertido así en un pequeño universo intelectual surcado por una estructura en complejo equilibrio. No es difícil encontrar referentes formales en la vanguardia europea con los que conectar esta pieza —entra en juego el bagaje estético del espectador— que, como acción diferida, adquiere en el actual contexto —nos ahorramos aquí cualquier referencia a una coyuntura socio-política— un sentido renovado. El diagrama de nodos que constituye Rhizome se multiplica en las pequeñas variaciones de Relativement tel que moi (CsR) (2005-2012), estructura de pared en la que, como si de un altar se tratase, se yuxtaponen una poderosa imagen cruciforme y los elementos que, dispuestos en el muro, plantean una tensión entre el equilibrio del eje horizontal y la inestabilidad de los diagramas dispuestos en el eje vertical.
Desde la perspectiva histórica abierta por Sinaga, las alusiones cristológicas de Corona de espinas (1980-2011) entablan un diálogo con la tradición escultórica barroca española, caracterizada por una contundencia estética, una teatralidad efectista y un fuerte componente espiritual. El carácter totémico de la pieza, rotundo y orgánico al mismo tiempo, alude a esa misma espiritualidad mediante una compleja escenografía alegórica, abierta, desarticulada e inestable, potenciada por su disposición en la sala —suspendida del techo—, como un elemento más de la apertura significante que plantean Rhizome y RsC.
Teniendo en cuenta esa existencia incompleta del objeto de arte, así como la puesta en crisis del espacio de la representación que éste plantea —el muro de la sala, pero también el espacio comercial de la galería—, podemos afirmar que en el trabajo de Fernando Sinaga siempre hay algo que se nos niega. La obra —sus posibles sentidos— nunca se nos muestran en su totalidad. El artista comienza por negarse a sí mismo —entiéndase, retirarse del proceso constructivo—, para negar, o al menos cuestionar, cualidades físicas de los materiales, el espacio mismo en el que éstos significan y, por tanto, el acto de lectura, la cadena de referencialidades que construye los significados. Sólo desde la consciencia de esta negación podremos acercarnos a estos diagramas móviles, siempre abiertos, que se contraponen a la circularidad de las coronas, como concreción del encuentro no siempre afortunado entre la búsqueda de un conocimiento basado en la experiencia y la consciencia circular de un fracaso inevitable.
Juan Albarrán